ANN ARBOR, Michigan—A esta altura todos saben que las personas con exceso de peso corren un riesgo mayor de ataques cardiacos, infartos y otros problemas relacionados con las arterias endurecidas u obstruidas. Y las personas que llevan el peso alrededor de la cintura—lo que les da una “panza de cerveza” o forma de “manzana”—son las que tienen el riesgo más alto.
Pero, a pesar del impacto que tiene esto sobre la salud humana, las razones de esta conexión entre la enfermedad cardiovascular y la grasa en el vientre, conocida también como grasa visceral, han eludido a los científicos. Ahora, un nuevo estudio hecho en ratones da la primera prueba directa de por qué puede existir este vínculo, y na posibilidad fascinante de cómo podría romperse.
En un estudio que se distribuirá en Internet hoy en la revista Circulation antes de su publicación impresa en febrero, un equipo de científicos del Centro Cardiovascular de la Universidad de Michigan informa de pruebas directas de un eslabón entre la inflamación en torno a las células de depósitos de grasa visceral y el proceso de endurecimiento arterial conocido como aterosclerosis.
Los investigadores muestran también que un medicamento que a menudo se administra a las personas con diabetes puede usarse para calmar la inflamación y protege contra más daño en las arterias.
Si bien los científicos advierten que es demasiado pronto para que se apliquen sus conclusiones a los humanos con grasa en la panza, esperan que la investigación más profunda con animales y personas revelará más acerca de cómo ocurre este eslabón peligroso, por qué se inicia, cómo puede revertirse y, quizá, cómo puede diagnosticarse en una etapa temprana mediante análisis de sangre.
Hasta que ello ocurra el mejor consejo para las personas con exceso de peso que quieren reducir sus probabilidades de un ataque cardiaco o un infarto sigue siendo el mismo: haga esfuerzos para reducir su grasa visceral y el resto del peso excesivo en el cuerpo mediante una dieta sana y equilibrada y el ejercicio regular.
El equipo investigador lo encabeza el doctor Daniel Eitzman, un cardiólogo, científico de laboratorio y profesor asociado en la División de Medicina Cardiovascular de la Escuela de Medicina de la UM y el Sistema de Cuidado de la Salud de la Administración de Veteranos en Ann Arbor.
El descubrimiento ocurrió, en parte, de casualidad. Eitzman y sus colegas habían estado estudiando ratones que carecen del gen para la leptina, una hormona generada por las células de grasa que desempeña un papel en el apetito y el metabolismo como asimismo en la reproducción. En un esfuerzo por lograr que estos ratones obesos produjeran alguna leptina, el equipo desarrolló una técnica para el transplante de grumos de células de grasa de ratones normales de la misma cepa en los ratones con deficiencia de leptina.
El resultado les sorprendió.
“Además de producir leptina y prevenir la obesidad, los transplantes de grasa se inflamaron y atrajeron células del sistema de inmunidad llamadas macrófagos”, explica Eitzman. “Dado que los ratones eran genéticamente idénticos, a excepción de la leptina, esto no debería haber ocurrido. Pero la inflamación estaba ahí, presente, y era crónica”.
La inflamación ocurrió en torno a las células grasas individuales, o adipositos. Los exámenes posteriores mostraron que era regulada por los mismos factores que regulan la inflamación que otros investigadores han visto en los depósitos de grasa que ocurren naturalmente en ratones obesos, específicamente una quimoquina llamada MCP—1
Pero, dado que la grasa era transplantada, la inflamación podía atribuirse directamente a la grasa y no al exceso de alimentación de los ratones, o a los problemas metabólicos que traen el exceso de comida y la obesidad, tales como la diabetes.
Equipados con este descubrimiento los investigadores procuraron determinar qué causaba la inflamación y cuáles eran sus implicaciones. El equipo incluyó a la doctora Miina Öhman, el profesor de la UM, doctor Daniel Lawrence, y miembros de los grupos de laboratorio de Eitzman y Lawrence.
A estos investigadores les interesaba en especial determinar si podría haber algún vínculo entre la inflamación y la aterosclerosis, el nombre formal para el proceso por el cual los vasos sanguíneos se endurecen, se estrechan y su interior se recubre con formaciones de placa que pueden llevar al desarrollo de coágulos sanguíneos.
Este proceso, que ocurre en todo el cuerpo, prepare las condiciones para la mayoría de los ataques cardiacos y los infartos. Los científicos y clínicos ahora saben que se sustenta en la inflamación, la reacción anormal del sistema de inmunidad del cuerpo a su propio tejido, y en el daño que pueden infligir las células y moléculas del sistema de inmunidad.
Dado que los ratones normales no desarrollan la aterosclerosis, el equipo tuvo que recurrir a una cepa que se había desarrollado para que fuese especialmente propensa al alto colesterol y las arterias endurecidas. Estos ratones llamados Apo—E negativos fueron separados en tres grupos: dos que recibieron transplantes de grasa de ratones normales, y uno que no lo recibió, pero al que se le hizo la misma operación que se hubiese usado para el implante de grasa de otros ratones.
Algunos de los ratones Apo—E negativos con transplante de grasa recibieron transplantes de grasa visceral, que es la que se forma en la panza en torno a los órganos mayores, en tanto que otros recibieron transplantes de grasa subcutánea, del tipo que se encuentra justo debajo de la piel en todo el cuerpo.
Y, como se esperaba, los ratones que recibieron los transplantes de grasa visceral desarrollaron aterosclerosis a una tasa mucho más acelerada, y experimentaron el mismo tipo de inflamación que habían tenido los ratones con deficiencia de leptina. En tanto los animales que recibieron grasa subcutánea no experimentaron un incremento de la aterosclerosis a pesar de que tuvieron aumentos de inflamación. Los ratones que tuvieron las operaciones “falsas2 no desarrollaron inflamación ni aumento de la aterosclerosis.
“Parece haber una interacción entre los macrófagos que causan la inflamación en la grasa visceral y el proceso de aterosclerosis”, dice Eitzman, quien hizo notar que los vasos sanguíneos alejados del sitio del transplante de grasa desarrollaron un incremento de la aterosclerosis.
Finalmente, el equipo trató de calmar la inflamación y contener la aterosclerosis tratando a los ratones con pioglitazona, un miembro de la clase de medicamentos llamados tiazolidinedionas, o TZD, que a menudo se usan para el tratamiento de la diabetes. Si bien los medicamentos TZD tienen un impacto en el metabolismo, lo cual los hace útiles en la diabetes, se ha descubierto que también tienen un efecto anti inflamatorio.
Y, de hecho, el medicamento redujo a la vez la concentración de macrófagos y MCP—1, y la aterosclerosis, en aquellos ratones que habían recibido transplantes de grasa visceral. Pero el compuesto no tuvo efecto en los otros ratones.
Ahora que ha demostrado el vínculo entre la grasa de la panza, la inflamación y las arterias endurecidas, y un mecanismo potencial para la reversión del fenómeno, el equipo trabaja en la búsqueda de otras piezas del rompecabezas. Específicamente, los investigadores buscan los factores que puedan hacer que los macrófagos invadan el área y causen la inflamación, y las moléculas transportadas por la sangre, llamadas biomarcadores, que puedan usarse para la identificación de las señales tempranas de aterosclerosis. Asimismo, probarán otras clases de medicamentos para determinar su posible efecto protector, dado que los TZD actúan sobre muchos sistemas y causan algunos efectos secundarios.
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