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No culpemos a los árboles: los factores sociales, y no el bosque, dictan los patrones de enfermedad

05/02/2008

ANN ARBOR, Michigan—¿Habría que talar los bosques tropicales para impedir la propagación de enfermedades? De hecho, se han propuesto tales medidas drásticas a la luz de una conexión aparente entre la foresta y ciertas enfermedades infecciosas contagiadas por los insectos.

Pero un nuevo análisis realizado por investigadores en la Universidad de Michigan sugiere que los factores socioeconómicos, más que el paisaje, explican mejor las pautas de al menos una enfermedad, la Leishmaniasis cutánea americana (LCA), y que la deforestación puede hacer que las poblaciones humanas socialmente marginalizadas sean más vulnerables a la infección, no menos.

Los resultados de este análisis se publicarán el 6 de febrero en la revista PLoS Neglected Tropical Diseases.

“La idea clásica ha sido que las personas que trabajan o viven cerca de la foresta corrían el riesgo de la enfermedad, pero este punto de vista no consideraba factores tales como la calidad de la vida y el nivel general de salud”, dijo el autor principal del estudio Luís Fernando Chaves, que realiza un posgrado en el Departamento de Ecología y Biología Evolucionaria de la UM.

Los investigadores examinaron los datos de casos de LCA a nivel de condado desde 1996 a 2000 en Costa Rica, un país en el cual cada año se deforestan más de 8.000 hectáreas (20.000 acres) para dejar campo a la ganadería y las plantaciones de banana, mango y cítricos. Además del estudio de factores tales como el porcentaje de cobertura de foresta, las precipitaciones pluviales mensuales, la elevación y el porcentaje de población que vivía a menos de cinco kilómetros (unas tres millas) de los bordes de la foresta, el equipo de la UM usó puntajes en un índice de marginalización social. Este índice, que toma en cuenta ingreso, alfabetización, nivel de educación, distancia promedio desde los centros de asistencia de la salud, cobertura del seguro de salud y otros indicadores de la vida en los márgenes de la sociedad, proporciona una medida única de la calidad de la vida.

“Cuando observamos los factores tales como el clima y el contexto físico encontramos que no hay pautas, patrones específicos con respecto a la enfermedad”, dijo Chaves. “Pero cuando prestamos atención a los datos sociales, encontramos pautas claras de acuerdo con la marginalidad”.

Cuando pusieron todo junto los investigadores descubrieron que, de hecho, existe una relación entre la LCA y la deforestación pero no es la relación simple de “menos foresta, menos enfermedad” que antes se tomaba como un hecho. En cambio existe una conexión completa con El Niño Oscilación Sur (ENOS), una fluctuación periódica de océano y atmósfera en el Océano Pacífico que es causa importante de la variación interanual del clima en todo el mundo y que también influye en los ciclos de las enfermedades. En los distritos altamente deforestados las poblaciones humanas marginadas socialmente son más vulnerables a los efectos del ENOS y la incidencia de enfermedad es, realmente, más alta, sugiere el análisis.

“Al contrario de lo que antes se creía, cuanto más foresta haya, aún en una población marginal, más protegido se está contra la enfermedad”, dijo Chaves.

Este resultado tiene sentido si se considera la historia natural de la LCA. Los humanos reciben la enfermedad de moscas de la arena, pero la mosca de la arena la recibe de mamíferos pequeños tales como los roedores, marsupiales y marmotas. La fragmentación de la foresta aumenta la densidad de estas especies de mamíferos porque los predadores más grandes, que normalmente limitan su número son los primeros que se pierden de los fragmentos aislados de la foresta. Cuando desaparecen los predadores grandes, aumentan los mamíferos pequeños.

Los investigadores planifican ahora análisis similares para otras enfermedades tales como la malaria. Asimismo quisieran estudiar con más detalle la forma en que las pautas de diversidad de mamíferos se relacionan con los patrones de enfermedades humanas.

Además de Chaves los autores del estudio incluyen a los profesores de ecología y biología evolucionaria Mercedes Pascual y Mark Wilson, y Justin Cohen quien era estudiante graduado en la UM cuando se hizo la investigación y ahora es investigador en la Iniciativa VIH/SIDA de la Fundación Clinton.

Los investigadores recibieron financiación de la Fundación Polar de Caracas, en Venezuela, y de la Universidad de Michigan (el Instituto Internacional, la Escuela Rackham de Posgrado, el Programa de Salud Global de la Escuela de Salud Pública y el Instituto Ambiental Graham).

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